Son las tres de la tarde y la calle está muy tranquila. El señor del cinco reposa la comida viendo la tele sentado en su sillón favorito; la del doce contesta el teléfono; el del quince pasa su séptima tarde en cama debido a una fractura de cadera; la del veinte está a punto de terminar su libro con una idea instantánea en su mente; la del veinticinco, que no se pierde el programa de Alberto Córdoba transmitido por Radio UNAM, se deleita con la “Marcha Radetzky”; los viejos del treinta y dos están sentados en la sala a la expectativa de su único hijo, quien les dará una noticia que cambiará sus vidas.
Segundos más tarde se oye un sonido muy fuerte que obliga a prestarle atención. Conforme se acerca un auto con altavoces, el sonido es más claro, es una grabación; los habitantes logran percibir un mensaje sobre ofertas de un reconocido supermercado.
Con el ruido del anuncio repetitivo, el del cinco no escucha la alarma que indica es hora de ir por su nieta; la del doce no logra entender lo que el emisor dice; el del quince, que estaba dormitando, despierta asustado; la del veinte se distrae y olvida la idea; la del veinticinco ya no puede disfrutar de la pieza escrita por Johan Strauss; el hijo de los señores del treinta y dos es interrumpido. Ahora, todas las historias se detienen. El mensaje persistente sobre ofertas semanales cumple exitosamente con su función: robar la atención de la gente e interrumpir toda actividad.
Antes de llegar al final de la calle el automóvil con las bocinas se detiene. Tomados de la mano, habitantes de diferentes edades impiden su paso. El conductor mira el espejo retrovisor dándose cuenta que el otro extremo de la calle también está tapado por un grupo de personas igual. Todos exigen que la grabación del supermercado sea apagada. Aunque el conductor no entiende porqué, los obedece. Uno de los vecinos se acerca a él pidiéndole que no vuelva a pasar por esa colonia, que sus habitantes no están dispuestos a escuchar sus anuncios, que finalmente, ellos no se sienten beneficiados por estas grabaciones.
Cinco minutos después de las tres, la alarma vuelve a sonar; la conversación telefónica se reanuda; el hombre lastimado se vuelve a dormir; el libro es terminado con la idea que regresa a la mente de la escritora; el locutor anuncia “El vals de las flores”; los padres aun siguen esperando la noticia de su hijo; los otros vecinos regresan a sus casas y el conductor vuelve al supermercado para dar la noticia del suceso.
Nota del escritor:
Supermercados, periódicos locales y comerciantes pequeños utilizan un método que he denominado mercadotecnia impuesta. Su interés radica en vender más sin importar lo que cueste y quién tenga que pagarlo. Uno de sus métodos es anunciar artículos, rebajas, promociones, etc. utilizando un altavoz móvil que transita por diferentes colonias.
Actualmente son millones los residentes que enfrentan este tipo de situaciones, pero son ellos quienes tienen en sus manos la decisión de vivir con pausas y esperar a que un molesto anuncio finalice para reanudar sus actividades o vivir sin interrupciones.
Finalmente, tanto vendedores como habitantes deberían tomar en cuenta que la vida tiene un curso y que sólo a los fenómenos naturales les corresponde interrumpirlo; que cada momento, sin importar si es bueno, malo, doloroso o lleno de felicidad, es digno de vivirse tal y como cada quien lo decida y no como alguien quiere que los demás lo vivan.
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